Huelva es el futuro
Queridos todos,
Hace unas semanillas, un sábado por la noche tres trabajadoras polacas de la fresa, un español y un ucraniano borracho se mataron en Huelva. Accidente de coche. Ucraniano mamado se sale de carril a toda velocidad, ciego en su Volvo, y se estampa con una furgoneta donde viajaban las polacas, conducidas por el español. Todos mueren. Menos una polaca, la cuarta. Ilesa y jodida para toda su vida.
Mi jefe. Ya sabéis cómo son los jefes: "Búscalas, encuéntralas y que te den foto". "Y te lo escribes". Vale.
Para buscarlas tuve que patear los campos de fresas. Muchos campos de fresas. Muchas horas. Para dar con la finca en la que curraban, encontrar a mi polaca con potra y dejar que me mentase a mi madre en polski. No quiso hablar.
¿Y por qué os cuento esto? Porque ese paseo interminable terminó por reblandecerme el cerebro. Entre finca y finca, preguntando por mis muertas a las trabajadoras polacas, marroquíes, rumanas, dominicanas que me encontraba, lo entendí. No sé si fue el olor a huevo podrido que se escapa de la chimenea gigante de la fábrica de papel, o las nubes de petróleo quemado de la refinería de Cepsa, o las partículas alucinógenas de las industrias químicas de Huelva... vete tú a saber qué. Pero todo junto y nada a la vez, ¡PUM! me golpeó e l cabeza. Con los ojos en blanco comprendí que aquello era el futuro.
El sol se ponía y todo el horizonte industrial se tornaba naranja, plagado de lucecitas que perfilaban el contorno de las espigas de acero que escupían niebla de mierda. Y en algunas de ellas, en lo más alto, llamaradas de fuego. Igualito que en Blade Runner. Con los coros multiétnicos todavía en mi cabeza, insultándome en cinco idiomas distintos, me pareció estar casi con el teniente Castillo, el de la cara picada, que cuando no estaba en Miami volaba en Los Ángeles, llevando a Rickard de aquí para allá. Haciendo figuritas de papel. Y hablando en el idioma de las fresas, juntito a partes iguales todas las nacionalidades que inclinan para recoger esa mierda de fruto que luego tiran los franceses. por cierto, que gabacho también escuché, el de los negros sin papeles que revolotean a ver qué cae.
En fin, lo de la mierda naranja era tan hermoso que caminaba mirando casi al cielo. Hasta que me di una hostia. Había tropezado con un conjunto de gruesos tubos negros, de unos 15 centímetros de diámetro los más gruesos, que asomaban y se escondían, salían de la tierra arenosa y a los diez metros, después de haber reptado por la superficie, volvían a soterrarse.
Me fijé. Y vi que todas las explotaciones estaban plagadas de esas boas negras, infinitas, entrelazadas entre sí y con otras hijas de menor grosor, como víboras que se abrazaban con todo el cuerpo. Goteando un líquido transparente. Agua con fertilizantes, de un olor fuerte que se clava entre los ojos. Un líquido que empapa la arena hasta encharcarla.
En Brazil, de Terry Guilliam, hay dos constantes. Los ventiladores que giran en un chirrío sin fin y las tuberías gigantes, que se cuelan en las casa desde fuera y lo cubren todo.
Como la fauna sintética de los campos freseros de Huelva.
Huelva es como Brazil y Blade Runner. Pero en feo. Si al menos volasen los coches...
1 Comments:
¡Que grande Manu! ¿quiénes serían los replicantes? Ya me veo a tu jefe en el papel de cyborg chungo. Asco de curre a veces. Menos mal que otras compensa, aunque sea poco. Se te echa de menos en la capital del reino.
20:52
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