Casino Royale: James Bond remasterizado

Blanco y negro. El león de la Metro Goldwyn Mayer (qué carajo, cómo son los ingleses). Un tipejo accede a un moderno edificio en la decadente Praga. Es un miembro veterano del MI6 y un objetivo de Bond. Se sienta en un sillón de su despacho. En la penunbra lo espera el agente doble cero. Breve conversación sobre las cuestiones morales del asesinato y, en un segundo, todo ha terminado. Uno de los mejores comienzos que recuerdo de la saga para presentar a un tipo (Daniel Craig) frío como él sólo. Acaba de enfundarse en el traje de Bond, James Bond y le sienta bastante bien. Es duro y da miedo. Le han desprovisto de metrosexualidad. No te gustaría tenerlo delante con una walther ppk y silenciador. Casino Royale está basada en la primera novela de Ian Fleming sobre 007. De hecho, es la primera misión importante de Bond.

Al prólogo, le siguen unos títulos de crédito horteras, psicodélicos. Cinco minutos a la antigua con todo toditos los nombres de los que se han currao la peli. Canción: 'You know my name', curiosamente no tiene el mismo título que la cinta como suele ser lo tradicional y tampoco está interpretada por una voz femenina sino por la rota de Chris Cornell (ex Soundgarden, ¡qué grupo!).

Después, escena para introducir al alter ego de Bond, un tal Le Chiffre. El toque personal: llora sangre cuando se pone nervioso.

La cosa se anima. Más cuando el agente se mete a perseguir a un traficante de bombas a lo yamakasi. Alucinante. Acción pura y dura. Planos rápidos...

Después la chica. Eva Green. ¡Guau! Ese toque francés. Ya me enamoré de ella en Soñadores de Bertolucci. Muy recomendable y no sólo porque en ella salga como Dios la trajo al mundo.

Metidos en faena. Se van a Montenegro (en realidad localizada en el balneario de Karlovy Vary en la República Checa, un sitio acojonante de bonito) para participar en una timba de póquer del carajo. Y ahí la jodimos.

Toda la partida se hace tediosa. Algo que podría haberse resuelto en quince o veinte minutos dura cerca de una hora y rompe el ritmo. Además a partir de ahí todo son despropósitos y tópicos sobre el traidor traicionado y todo eso.

Para colmo. En esta segunda parte de la cinta le cambian el registro a Craig y aparece como un Bond sensiblero, romántico y bobalicón (a las bucólicas imágenes de Venecia me remito). Aspecto que le perdono al personaje con la licencia de que en esta película es un novatillo y no se ha enterado todavía de cómo funciona esto del espionaje. Además me había creado algunas falsas expectativas. Antes de ir me frotaba las manos pensando en que me iban a mostrar tortuosas pruebas de iniciación o una especie de cursillo para ser 007, al estilo de la nada despreciable Caza al terrorista, pero no.

Ah, una última cosa. Aparte de un desfibrilador de bolsillo, no aparece ningún cacharrito así que tampoco sale "Q". Eso sí, el coche sigue siendo un Aston Martin, que por supuesto, dura poco, muy poco en manos de Bond.

A pesar de todo merece la pena ver los últimos cinco minutos de película. Tan grandes como el comienzo.