8.3.07

Una de zombis

Desde que era un chaval de 12 años me gusta pasar miedo. Miedo en el cine, o en casa viendo una película. En mi época fueron los clásicos de los 80, como las pesadillas con Freddy Kruger en Elm Street, los viernes 13 y los cenobitas de Hellraiser. Eran mis favoritas para pasar momentos de susto en compañía de los colegas. Después descubrí una vertiente mucho más asquerosa pero realmente divertida, el cine gore, con sus fotogramas salpicados con toda clase de vísceras sanguinolentas, casquería fina y monstruos de aspecto imposible. Los 70 y los 80 fueron una verdadera edad de oro.

Un precedente, y a la vez un clásico, de este nauseabundo subgénero lo encontramos en las primeras pelis de zombis, los clásicos muertos vivientes. ¿Quién no recuerda a la espantada chica rubia gritando al oído del galán negro ante el ataque de los putrefactos cadáveres en La Noche de los Muertos Vivientes (1968), de George A. Romero? Qué gratos recuerdos...
En fin, hacía tiempo que no me sentaba a ver una de estas películas.

Pero el fin de semana pasado, de visita en el videoclub, me topé con un título demasiado sugerente: Nueva York bajo el terror de los zombis, dirigida por un tal Lucio Fulci en 1979. Me fascina ver cómo algunos videoclubes todavía conservan perlas de serie Z de este estilo. No me pude contener. Me armé de unas cervezas – películas como estas difícilmente se pueden aguantar de otra manera - y me dispuse a pasar una tarde entre gritos y estertores.

Error. Qué penita. Qué penita más grande. Qué película más mala. La vi mientras ojeaba las páginas del Domingo de El País. Aunque, eso sí, tenía algunas escenas de lo más surrealistas que merecían la pena y que recomiendo encarecidamente, como aquella en la que un zombi submarino la emprendía a bocados y dentelladas contra un tiburón blanco -¡ni más ni menos!-. Pero el caso es que la película era terrible. Lo mejor, el final, que hace las veces de excusa para el título y el póster -porque la peli, la verdad, nada tiene que ver con Nueva York, ya que se desarrolla en Haití. Pero una vez que la tenían rodada, el productor pensó en estrenarla en Estados Unidos y venderla como una secuela del Dawn of the Dead, de Romero (otro día deberíamos hablar de las secuelas ficticas y piratas de los 80. Los Terminator II, III y IV, los Aliens... casi todas italianas, carne de videoclub). Así que rodaron un par de escenas, una al principio, en el puerto de Nueva York, con las torres gemelas al fondo que hace de prólogo y presentación de los personajes, y otra al final, fantástica, con un grupo de 20 ó 30 zombis zarrapastrosos dirigiéndose a Manhattan sobre el puente de Brooklyn. Y debajo, miles de coches yendo y viniendo como un día más de diario.

Y es que ya me he hecho viejo. Antes soportaba mejor estas cintas. También es cierto que en mi memoria reciente guardo títulos de lo más interesante que se ha hecho últimamente. Es el caso del remake de Dawn of the Dead (Amanecer de los muertos), dirigida en 2004 por Zack Snyder, de la que ya hemos hablado, o 28 días después (2002), de Danny Boyle. En las dos, los muertos vivientes han dejado de ser oligofrénicos puestos hasta las cejas de barbitúricos, para convertirse en ágiles zombis con muy mala leche que persiguen a toda velocidad a sus alucinados vecinos para –por ejemplo- arrancarles la cabeza.

Uno de los que empezó a inocular unos mínimos reflejos a los cadáveres deambulantes fue, el ahora archifamoso, Peter Jackson, el director de la trilogía de El señor de los anillos y de King Kong. La primera película de Jackson se titulaba Bad Taste (Mal Gusto) y como indica su prometedor título, es de lo más desagradable. Tenía que serlo, pues contaba la historia de los trabajadores de una cadena de hamburgueserías intergalácticas (los zombis) que aterrizaban en la Tierra en busca de materia prima (nosotros) para su plato estrella. Gran film. No sé si está en DVD. Yo la compré en vídeo cuando tenía 15 años y me costó 800 pesetas.
Todas las escenas merecen la pena, aunque hay que tener en cuenta que tardaron en rodarla casi dos años, porque sólo podían hacerlo los fines de semana -cuando no trabajaban-. La peli era más corta, pero al presentarla en concursos y festivales, vieron que debían pasarla a largometraje. Así que añadieron unas insoportables escenas de tiroteos de lo más ridículas, pero que molan mogollón. Hay de todo, comida de sesos servidos en su craneo con cuchara, hachas clavadas en ojos, lobotomías en vivo...

Destaco un par de secuencias magistrales. Uno de los zombis se pone a potar como loco sobre un barreño un moco verde y calentito. El barreño se lo van pasando entonces otros colegas zombis, que degustan el mejunje. Éste llega a uno de los héroes de la peli, infiltrado, que lo prueba, le gusta y exclama encantado: “Me ha tocado un trozo de carne”. O la escena final en la que el genio loco mata zombis –el mismo Peter Jackson- cae, armado con una sierra mecánica, desde el techo sobre un extraterrestre humanoide; y atraviesa su cuerpo, entrando por la cabeza. Al salir por la entrepierna del eviscerado individuo, el héroe, totalmente ensangrentado, grita: “¡He vuelto a nacer!”. El segundo plato de este director de culto vendría con Braindead: tu madre se ha comido a mi perro. un guiso de látex de lo mejor.

Otro día os hablaré de películas sobre mineros locos mutantes.

1 Comments:

Blogger Nyadorlep said...

Uagh, que imágenes más asquerosas ¡Me encantan!

Pero con lo que he alucinado es con el slogan del cartel. "El terror no ocupaba puesto preferente hasta que llego..." para troncharse.

Un abrazo

12:43

 

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